martes, 10 de marzo de 2015

El beneficio de la oscuridad.

Dejaste,
en un principio,
las bases de nuestro acuerdo
en la mesilla de noche
del primer hotel que nos alojó.

Una a una,
me leíste las cláusulas del contrato de arrendamiento,
por el cual una de tus partes,
está obligada a transferir (me)
el uso y goce de la misma.

Hubo un problema: nunca leo la letra pequeña.

Y así fue,
que todo lo dicho,
tenía doble sentido y sentimiento doble.

Que los secretos en guiño a las dos de la mañana,
era solo una manera que tenías
para apuntar en pleno arco de mi pecho.

Que tus lecturas en braille por mis lunares,
no interpretaron bien mis maneras.

Que el mensaje en código morse
que una vez empezaste en mi cintura,
sigue esperando la despedida en mis caderas.

Y es por ello,
el precio que decidí pagar de golpe,
acabé sufriendo lo a plazos.

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