viernes, 27 de febrero de 2015

Fuiste la casualidad planificada de antemano mejor escrita.
El verso libre encerrado entre las rejas de mis párpados vacíos.
La caída al precipicio, sin cuerda de seguridad que sujetase tu vértigo.

Tu miedo a las alturas era mi mejor elixir por las noches:
Siempre preferiste las operaciones puesta a tierra.

El equilibrio que defendías en las trincheras de mi espalda, acababa produciendo un conflicto con mi vientre.
Acordamos tregua, por debajo de mi ombligo.

Me mirabas, solo después de cada calada, sonriendo a las almas que reflejaban cada azulejo pisado por mis pies descalzos.

Dijiste: nunca pierdas tu sonrisa de guerrera. Con ella (y por ella) no pararán de luchar por ti.

Hasta que disparaste, abriendo sangre en la herida hueca de mi seno.
Estuvo demasiado hendida la cubierta del trecho, para dejar que cicatrizara.

Al final, las horas no esperaron por el tiempo, dejando al instante huérfano de espacio, donde poder detenerse.

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