domingo, 1 de febrero de 2015

Bien follado, el mundo duele menos.

Tanto poeta anónimo y versos sin un lugar 
concreto,
escondidos bajo la bragueta de algún joven
borracho del deseo de tenerla, siguiendo
cada noche las estrofas del verano, acercándose
un poco más a sus sábanas blancas de sueños
de invierno; cubiertas por el cálido amago de
las nubes grises que anuncian tormenta de orgasmos,
en un frío colchón de estepa.

Blanca, como la nieve.
¿Lo recuerdas? Bajamos del coche y allí estabas,
el leve fluir del rocío congelándose 
en las hojas del asfalto.
Fui capaz de cogerla. 
Me recordó tanto a ti:
Sin más cuerpo que la fragilidad del mismo.
Tan cristalina...
Te fuiste derritiendo entre mis dedos,
dejando el helado rastro de tu agua sobre las palmas.
Conservé aquella sensación, hasta llegar a casa.

Calenté café y me senté. Una vez con él entre mis manos, noté como desaparecías. 
Te difuminaste tan aprisa.

¿Curioso, verdad? Todo difiere tanto.
No hay dos copos de nieve iguales, pero sí en semejanza de impurezas.
Encontrarlo, no es fácil. Pero una vez ahí, de frente, ves como encajas. 
Contigo.
Como los dos bordes de la cama en una sola manta, con la que nos tapamos la última noche.
La diferencia, es que nuestra manta, era tu abrazo; y el último ciclo lunar
irrumpió nuestra histeria y pasión del desnudo.
Tan bonito. Tan íntimo y poco dicho. Todo desnudo queda más bonito, ¿no creéis?

La literatura, la poesía, la naturaleza, el mar, el cielo, tú.

Cuando comprendas eso, dejarás de ser nadie en la nada, para ser nadie en la gente.
Mientras tanto, yo volveré a verte en el asfalto, volveré a tocarte y dejarte desaparecer, por otro instante.

Al menos, hasta que vuelva a tomar café.

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